José A. García

Veo un cuervo por la ventana de la habitación; se mantiene estático en el aire, no está apoyado en nada más que en el vacío del otro lado del sucio vidrio. Me observa con sus vacuos ojos moviéndola su cabeza de lado a lado; me observa porque, estoy seguro, sabe algo, algo que no recuerdo siquiera haber sabido alguna vez. Me persigue con su pico acusador, con sus ojos descubridores de secretos, con sus plumas cargadas del pesado y negro oprobio.
Me remuevo en la cama, entre las mantas y el frío del marmóreo suelo sobre el que me encuentro.
Sigue mirándome.
Extiendo mi brazo tanteando en vano buscando algo que no está allí.
Me mira.
Lo miro.
No se mueve.
Oculto mi brazo bajo las mantas; hace frío allí. Más del que debería sentir.
Me observa.
Lo observo.
Lentamente, moviéndose como en una vieja película a la que le faltan segmentos enteros para comprender las secuencias, se acerca aún más al vidrio. Golpea una y otra vez con su pico hasta que por fin se astilla; continúa picoteando hasta abrir un hueco y, una vez logrado, agrandarlo lo suficiente para introducir en él la mitad de su cabeza.
Me oculto bajo las mantas, viene por mis ojos, lo sé. Ningún cuervo resiste la tentación de picotear ojos humanos. Entonces, desde mi improvisado escondite, lo escucho. Su voz está formada por ecos de antiguas palabras.
Soy más de lo que Poe escribió.
Dice.
Y desaparece.
Parpadeo y miro hacia la ventana. El cuervo ya no está allí y, tras el vidrio, sano, el frío amanecer comienza a despejar la bruma. Sin embargo, no estoy seguro de que haya sido un sueño, o de que este haya terminado.
y se palpa el vacío…y se palpa su fantasma…besos al vacío
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Gracias por tu comentario.
J.
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Muy bueno José. Me alegra encontrarte acá. Saludos desde Una Luz Más.
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